DEBATIR O TENER INFORMACIÓN
José Bueno
En los tiempos en que vivimos, quien más o quien menos ha asumido como normal la posibilidad de debatir, que no de opinar, sobre cualquier asunto de actualidad.
Ante ello, la primera pregunta que se me ocurre es la capacidad individual para participar en todo tipo de debates. Creo que se puede considerar válida la premisa que para debatir previamente se debe tener información y formación suficiente para ello, en caso contrario uno debería estar en el lado de los que escuchan no en el lado de los que exponen.
¿Se cumple la premisa? Es cierto que el acceso a la información cada vez está más extendido, sin embargo, en los últimos años se ha tendido a trastocar el concepto, partiendo desde los medios de comunicación quienes han pasado de suministrar información para suministrar reportajes esencialmente visuales sin acompañamiento analítico de las imágenes; las causas y consecuencias no tienen capacidad en los treinta segundos o medias páginas de noticias. En este escenario tal vez se pueda considerar información lo que se nos provee, pero desde luego formación en absoluto que no lo es.
Se nos ha trasladado, lo cual en principio no es correcto ni incorrecto, el ejercicio de la formación a cada uno de nosotros como individuos, pero lo que no se nos ha enseñado es a buscar las fuentes para obtener la información o, lo que sí es pernicioso, a indicarnos que «sus fuentes de información son fiables» para que asumamos que lo que nos informan es lo correcto.
Me permito afirmar que el nivel de formación de los participes en debates muchas veces resulta insuficiente, si tomamos en cuenta que las mismas personas debaten sobre asuntos de índole totalmente distinta (desde física cuántica hasta las causas de la longevidad del caracol) con una gran «profundidad», por ello o bien su nivel de formación, y su correspondiente capacidad, es elevadísimó o, lo que sería más normal, es que las carencias formativas existan y se utilicen otras herramientas para cubrirlas.
Es en este punto donde incorporo la segunda pregunta ¿cómo se debate?
Los debates en concepto contemplan extensas fases de mesura (donde cada uno de los partícipes expone su punto de vista) y picos de pasión (donde la confrontación lingüística interviene, apoyada en el correspondiente incremento de decibelios). Sin embargo, con mayor frecuencia las proporciones entre los tiempos dedicados a la exposición y los dedicados a la confrontación se trasbocan y se suplantan, pareciéndose habitualmente a una discusión de calle más que a un debate. ¿Por qué? Si bien no tengo la respuesta, lo que sí es cierto es que la manera de conseguir que las razones de un miembro activo del debate avancen por encima de la razón que debe emerger del mismo va en relación directa más con el apasionamiento y la imposición que con el convencimiento de la argumentación, es como un circo romano: primero hay que vencer (aspecto éste que no debería ser fundamental en el debate) (los gladiadores vencían no porque tenían más formación, que podrían tenerla y triunfar igualmente, sino más herramientas y más libertad de acción, el león no tenía puesto casco y coraza y, además, lo ataban) y después, si cabe, convencer.
Pareciera que el partícipe debe obtener la victoria de su argumento con inmediatez, cuando si el debate es formativo la victoria se obtiene con el tiempo al percibir la extensión de su razón en el ámbito micro o macro de su entorno social y, si el debate es informativo, con el mero hecho de exponer los criterios se alcanza la victoria.
Por último, antes he mencionado las herramientas del debate actual; cada vez se expande más el virus de la desinformación o la mentira, el concepto del todo vale con tal de obtener el resultado se ha impuesto con contundencia y si para alcanzar que lo expuesto por alguien en particular se imponga se ha de recurrir a alterar la historia (la microhistoria llegado el caso, «ayer se dijo», o «alguien dijo» en lugar de «tal persona dijo» por ejemplo). Estos usos deslegitiman el debate en origen y hemos de ser intransigentes con el consentimiento de esas prácticas; con independencia del asunto y del foro, hemos de asumir que daña no solamente a quien se le «arremete» con prácticas no éticas sino que invade y degrada al conjunto de los asistentes.
Como punto y aparte me permito exponer que asumiendo que la gran mayoría no tenemos el privilegio de estar formados bien para debatir de los riesgos de un viaje a Marte bien para hacer un análisis de la realidad del medioevo europeo, lo prudente sería participar en los debates sobre aquellos asuntos donde el interés por aprender sobre lo tratado, debatiendo en los que tengamos capacidad de aportar, y escuchando cuando el desconocimiento aconseje el silencio. No seremos más importantes cuanto más digamos sino cuanto más sepamos y podamos transmitir.
Fonte: Revista La Acacia
Nenhum comentário:
Postar um comentário